martes, julio 30, 2013

Llingua Llïonesa, una llingua esqueicía y amenorgada

Artículu espublizáu na Revista "Ó Noso Lar", Órgano Difusor del 'Lar Gallego' 2013 (http://comunidadleonesaes.blogspot.com.es/2013/07/publicacion-o-noso-lar.html). Asperu que vos preste.

El título de este artículo “Lengua Leonesa, una lengua olvidada y minorizada”, retrata perfectamente la situación que, desgraciadamente, sufre en nuestros días la lengua leonesa, situación en la que, sin embargo, también existen algunos indicios que nos hacen pensar que la situación todavía no es irreversible y que no podemos perder la esperanza.

Pero no empecemos la casa por el tejado y antes de referirnos a la situación actual de la lengua leonesa, hagamos un poco de historia y retrocedamos unos siglos.

Cuando los romanos llegaron a la Península Ibérica, ésta estaba habitada por un gran número de pueblos, diferentes entre sí, algunos con relaciones comerciales, otros con relaciones de parentesco y otros con “relaciones” guerreras. Todavía hoy tenemos muy poca información de aquellos pueblos y ésta, en su mayor parte, nos ha llegado, precisamente, a través de los invasores romanos.

En el noroeste de la Península Ibérica se hallaban una serie de tribus, emparentadas entre sí, que habitaban en castros y compartían costumbres y dioses. Desconocemos el nombre que ellos se daban a sí mismos pero los romanos les llamaron “Astures”, nombre que es el que ha llegado hasta nuestro días y que proviene del Astura (nombre de la época del actual Esla), el río principal que recorría la mayor parte del territorio que habitaban.

Las diferentes tribus astures ocupaban los territorios correspondientes a las actuales provincias de León y gran parte de Zamora, los extremos orientales de Lugo y Orense en Galicia, la mayor parte del Principado de Asturias, desde el río Sella por el este, donde lindaban con los pueblos cántabros (también muy relacionados con los astures junto a los que plantaron cara al invasor romano en las famosas guerras asturcántabras) hasta el río Navia por el oeste, donde lindaban con los albiones y la zona de Trás-os-Montes en el actual Distrito de Braganza (Portugal), es decir, estamos hablando de unos límites que más tarde, con el correr de los años, se correspondieron con el territorio nuclear del Reino de León Medieval del año 910.

Indudablemente los astures, antes de la invasión romana, tendrían una lengua para comunicarse pero de ella, desafortunadamente, no existe memoria, y tras la conquista, los romanos impusieron su lengua, el latín, en todo el imperio, imposición lingüística que era la señal exterior de la preponderancia romana. Como dijo Tácito, en el siglo I de nuestra era, “La marca de los esclavos es hablar la lengua de sus amos”.

Quedamos pues en que el latín era la lengua de todo el imperio que, dada su gran extensión, se iba acomodando a las mentalidades de los pueblos que lo formaban y recibiendo, además, sin duda alguna, aportaciones de los sustratos lingüísticos de los diferentes pueblos.

La caída del Imperio Romano y las posteriores invasiones de los pueblos bárbaros, que lógicamente también tenían sus propias lenguas, marcaron la evolución del latín clásico, que se siguió utilizando tanto en la documentación real como en la eclesiástica, que fue dando paso en la vida cotidiana al latín vulgar (habla cotidiana del vulgo) que, a su vez, fue evolucionando y originando los diferentes dialectos del latín. Nos encontramos en el siglo X y estamos asistiendo al nacimiento de las diferentes lenguas romances de las que, en la actualidad, existen más de una veintena aunque muchas variedades regionales están gravemente amenazadas y apenas media docena de ellas mantienen varios millones de hablantes.

Centrándonos en la que nos ocupa, el leonés, el primer testimonio escrito de la misma, al parecer el más antiguo de una lengua romance peninsular, es un documento que se encuentra en el Archivo de la Catedral de León. Se trata de la Nodicia de Kesos, documento que ha sido datado en el año 959 y que procede del Monasterio de los Santos Justo y Pastor de Rozuela, hoy desaparecido y que se encontraba en término del actual municipio de Ardón, a unos 17 kms. de la ciudad de León.

El documento en cuestión es la relación de los quesos que se gastaron en dicho Monasterio con motivo de la visita del Rey y aparece redactado por el monje cillerero (encargado de la despensa). Al tratarse de una especie de contabilidad de la vida diaria, el monje lo redacta en la lengua de uso cotidiano, sin utilizar el latín clásico que todavía era de uso habitual en los documentos oficiales.

A medida que primero el latín vulgar y luego el romance se van instalando en la vida cotidiana, el latín clásico se convierte en una “segunda lengua” que debe ser estudiada por lo que va siendo cada vez menos utilizado, su uso va desapareciendo y la documentación palaciega y eclesiástica se empieza a redactar en la lengua de la Corte, es decir, en nuestro caso, en leonés.

En 1017, el Rey Alfonso V de León, conocido como “El Noble” o “El de los Buenos Fueros”, concede a la ciudad de León las primeras 20 leyes del Fuero de León que serán completadas en 1020 con otras 28 leyes, siendo el citado Fuero de León el modelo para los sucesivos que, durante toda la existencia del Reino de León independiente, van a ir siendo otorgados a los diferentes territorios.

El Fuero de León se redactó en latín y no fue hasta 1085, cuando Alfonso VI de León, el nieto de Alfonso V, otorga el Fuero de Avilés a dicha población, entonces leonesa, que un documento “oficial” se redacta en leonés. A partir de dicho momento, todos los demás fueros leoneses serían redactados en romance leonés, excepto el de La Coruña, otorgado por Alfonso VIII de León (el conocido inexplicablemente como Alfonso IX) que fue redactado en gallego.

El hecho de que los Fueros Leoneses, documentos jurídicos de gran complejidad, y auténticos Códigos Civiles y Penales de la época, fueran redactados en leonés, echa por tierra la afirmación, que oímos en muchas ocasiones, de que “el leonés no llegó a desarrollarse como lengua”. No es posible redactar documentación jurídica en una lengua “sin desarrollar” ya que el lenguaje forense requiere un alto grado de desarrollo lingüístico. Y sobre todo, no podemos olvidar que el leonés fue la lengua del Reino más importante de la Hispania Medieval, el único que coronó, en la Catedral de la urbe regia legionense, un Emperador, Alfonso VII de León, al que, como cuentan las crónicas, “rindieron vasallaje todos los reyes moros y cristianos de la península y varios señores del sur de Francia”.

Y llegados a este punto, podemos preguntarnos ¿por qué en gran cantidad de bibliografía lingüística se refieren a la Nodicia de Kesos como redactada en “castellano”? ¿Por qué muchos de los estudiosos del leonés lo llaman “dialecto”, lo que hace asumir a muchas personas que nos encontramos ante un dialecto del castellano? ¿Qué se oculta tras la negación de la existencia de un romance leonés?

Las respuestas son tremendamente sencillas, sin embargo su explicación es mucho más compleja:

  • ¿Por qué en gran cantidad de bibliografía se refieren a la Nodicia de Kesos como redactada en “castellano”?

  • Durante siglos se ha pretendido establecer una supremacía del castellano sobre el resto de lenguas romances peninsulares por lo que cualquier documento medieval que aparezca solo podría ser “castellano”, independientemente del hecho de que, en el momento de la redacción del mismo, ni siquiera existiese Castilla como entidad política independiente, lo que echaría por tierra la pretendida supremacía.

  • ¿Por qué muchos de los estudiosos del leonés lo llaman “dialecto” lo que hace asumir a muchas personas que nos encontramos ante un dialecto del castellano?

  • El DRAE nos da tres significados de la palabra “dialecto”, a saber:
    1. m. Ling. Sistema lingüístico considerado con relación al grupo de los varios derivados de un tronco común. El español es uno de los dialectos nacidos del latín.
    2. m. Ling. Sistema lingüístico derivado de otro, normalmente con una concreta limitación geográfica, pero sin diferenciación suficiente frente a otros de origen común.
    3. m. Ling. Estructura lingüística, simultánea a otra, que no alcanza la categoría social de lengua.

    Si hablamos de lenguas romances, es decir, derivadas del latín, está claro que “dialecto”, aplicado a cualquier lengua peninsular, sólo puede aludir al primer significado. Sin embargo, con motivo de la pretendida supremacía del castellano sobre los demás romances, la definición que se vino aplicando, por lo menos durante los siglos XIX y XX a la palabra “dialecto” es siempre la tercera, fuertemente peyorativa y que, en cierto modo, solo busca la eliminación de dicha estructura lingüística menor al considerarla de poca categoría.

  • ¿Qué se oculta tras la negación de la existencia de un romance leonés?

    Indudablemente intereses políticos y la asunción, errónea por otra parte, de que la existencia de una lengua, cualquiera que ésta sea, conduce al separatismo, cuando lo que puede llevar al separatismo es el sentimiento de discriminación y desprecio que perciben los pueblos que ven negada su cultura, su identidad y su lengua.

    Y en este punto es importante reseñar que la desaparición de cualquier lengua, es una pérdida no sólo para el pueblo al que pertenece sino para la cultura universal.
Pero tratemos de explicar las razones más profundas que se ocultan tras la politización, por parte de los poderes públicos, de un tema tan eminentemente cultural como pueden ser las lenguas.

Los humanos tenemos tendencia a decir “siempre ha sido así”, haciendo hincapié en dicho “siempre” y sin percatarnos, la mayor parte de las veces, de que con ese “siempre” a lo que aludimos en realidad es a nuestra vida, sin ser conscientes de que así ignoramos lo que pasaba antes de que tengamos recuerdos, lo que conduce a la incongruencia de analizar la situación de las lenguas, de la cultura y de la historia en los siglos X y XI a la luz de la situación de los siglos XIX, XX ó XXI.

Tenemos que ser conscientes de que las diferentes disciplinas (historia, lengua, geografía, política) no son departamentos estancos independientes, sino que están interrelacionadas entre sí por lo que para realizar un análisis de cualquier aspecto de una época determinada tenemos que conocer, siquiera sea someramente, la situación histórica de aquel momento.

En el siglo X, como queda dicho, el Reino de León es el más importante de la Hispania Medieval y comprende, además del territorio nuclear del Reino, otros territorios como son Galicia, que en algunos momentos ya ha regido el heredero de la corona leonesa con título de Rey y Castilla, un condado feudatario del reino de León. Los incipientes romances que se hablan en dichos territorios se llaman, lógicamente, gallego y castellano. Siendo esto así ¿puede alguien creer que el romance que surge en el territorio nuclear del reino, junto a la urbe regia, puede ser un subdialecto del hablado en un territorio menor como era en aquellos momentos Castilla? ¿Puede alguien dudar de que el romance surgido alrededor de la urbe regia tuviera otro nombre que no fuera “leonés”?

No fue hasta la unificación de las dos coronas en la persona de Fernando El Santo en 1230 cuando el castellano empezó a imponerse en la documentación oficial lo que fue motivando el desplazamiento del leonés hacia el oeste (de la misma manera que sucedería por el otro lado con el aragonés que fue desplazado hacia el este) y la progresiva “castellanización” de territorios de habla leonesa que, sin embargo y a pesar de la presión, han seguido conservando gran cantidad de vocabulario y expresiones leonesas hasta nuestros días.

Sin embargo, todavía en el pasado siglo XX, los hablantes de leonés, como los de otras lenguas romances, eran corregidos en las escuelas por “hablar mal”, tal y como se puede comprobar en el artículo que puede consultarse en el siguiente enlace: http://husartiburcio.blogspot.com.es/2009/09/para-que-no-lo-olvides-8-entrega.html, cuando lo que sucedía en realidad es que hablaban una lengua diferente, con similitudes derivadas de su común procedencia latina pero con sus propias reglas.

El hecho de que las lenguas romances tengan palabras similares, con pequeñas o grandes variantes, junto con la enseñanza, machacona y subliminalmente metida en nuestras mentes, de que “una lengua=un país” ha llevado a muchas personas a adoptar actitudes como las retratadas en el artículo citado, lo que ocasiona que los hablantes de otros romances peninsulares hayan sido ridiculizados por quienes, creyendo ser los únicos que “hablan bien”, muestran su propia ignorancia y la intolerancia de su pensamiento único.

Tenemos un ejemplo paradigmático del origen de la diglosia de mediados del siglo XVI, cuando, alrededor de 1550, el madrileño Gonzalo Fernández de Oviedo, refiriéndose a la Universidad de Salamanca dice que el letrado, después de hacerse docto en las escuelas, debe «tomar con la gente cortesana la buena criança de la corte, porque, aunque en la verdad en Salamanca concurren bivos ingenios, la lengua castellana en el reino de León, donde cae Salamanca, no se habla tan bien como en el reino de Toledo, generalmente; puesto que en Salamanca biven e ay muchos cavalleros e gente noble, pero comúnmente y en general no es tal el romance». Encontramos en dicho texto la ya clásica alusión al “hablar mal” con que se minoriza a todas las lenguas diferentes de la lengua oficial de cualquier estado, en este caso del castellano.

Es este conjunto de circunstancias el que ha llevado a la lengua leonesa a un importante nivel de diglosia motivado por la interiorización, por parte de los hablantes de leonés, de que su lengua es algo propio de personas incultas que no saben hablar con corrección. Y los que contamos con una cierta edad, hemos sido testigos de que este mismo criterio se aplicaba a mediados del siglo pasado no sólo a la lengua leonesa sino a todas las lenguas peninsulares diferentes del castellano.

Frecuentemente, sobre todo entre personas que desconocen otras lenguas latinas (francés, italiano, rumano...), se ha tratado a las otras lenguas hispanas como dialectos o deformaciones del castellano y a sus hablantes como ignorantes. Incluso en nuestros días, en pleno siglo XXI, hay quien, presumiendo de conocimientos superiores, a pesar de ignorar la abundante bibliografía existente sobre las lenguas romances, ha llegado a escribir: “El catalán, el valenciano, el mallorquín, el gallego, el leonés... son el castellano que hablan los analfabetos. Todos estos idiomas son distorsiones involuntarias del castellano, que han ido tomando carta de naturaleza mediante la expresión oral de las personas analfabetas, a lo largo de los años".

Para mejor comprender cuanto antecede sirve como ejemplo la palabra “abogado”. Como todo el mundo sabe, en castellano se escribe con “b”, motivo por el que un pretendido erudito, para demostrar la superioridad del castellano sobre el gallego, afirmaba que nadie había sabido explicarle por qué en este idioma se escribía “avogado” con “v” en lugar de hacerlo con “b” como era lo correcto.

Una afirmación semejante, solo puede partir del desconocimiento ya que en todas las lenguas romances que soy capaz de recordar en estos momentos se escribe con "uve": Francés (Avocat), Italiano (Avvocato), Rumano (Avocat), Gallego (Avogado), Portugués (Advogado), Leonés (Alvogau), Catalán (Advocat), e inclusive en Holandés (Advocaat) y Alemán (Advokat) y todo ello por la buena y simple razón de que todas esas lenguas respetan la raíz latina de la palabra ya que en latín se decía Advocatus, lo que viene a demostrar que el "hermano raro" en la familia de las lenguas romances es precisamente el castellano ya que es la única lengua en que no se respeta la citada raíz latina (abogado).

Llegados a este punto, y explicada la razón de la profunda diglosia que padece la lengua leonesa tenemos que pasar a hablar, precisamente, del nombre de dicha lengua. Hay un gran empeño en querer demostrar que el nombre de “leonés” se acuñó muy tardíamente e, incluso, se alega que sus hablantes no tienen conciencia de esa denominación sino que prefieren llamar a su lengua por nombres locales: pachuezu, berciano, senabrés, sayagués, cepedano, cabreirés, palra, bañés, fala, faliella, etc., sin percatarse que negar su existencia con este argumento sería como negar la existencia de los astures por el hecho de que fueron los romanos quienes les dieron ese nombre.

También hay quien argumenta que el término “leonés” solo se utiliza a partir del siglo XX, atribuyéndoselo a Menéndez Pidal en su obra, publicada en 1906, “El dialecto Leonés”, a la que siguieron las obras del sueco Erik Staaf "Étude sur l'ancien dialecte léonnais d'après les chartes du XIIIÈ siécle", publicada en 1907; del alemán Hanssen, "Los infinitivos leoneses del Poema de Alexandre", publicada en 1910; del brasileño Américo Castro "Contribución al estudio del dialecto leonés de Zamora", publicada en 1913 y del también alemán Fritz Krüger. “Estudios sobre el leonés occidental centrándose sobre todo en Sanabria”, realizados entre los años 1921 y 1922.

Sin embargo, ya en el siglo XIX los lingüistas alemanes Gessner y Friedrich Hanssen publican sus respectivas obras "Das Altleonesische", en 1867 y “Estudios sobre la conjugación leonesa" en 1896.

Pero, para ser rigurosos, tenemos que remontarnos a Bernardo de Aldrete, o Alderete, nacido en Málaga en 1560 y fallecido en 1645, canónigo de la catedral de Córdoba, historiador, arqueólogo y gramático español, uno de los hombres más doctos de su tiempo, buen conocedor del caldeo, árabe, hebreo, griego, latín, francés e italiano y conocido sobre todo como filólogo por su obra “Del origen y principio de la lengua castellana o romance que oi se usa en España” publicada en Roma en 1606, y en la que, con argumentos novedosos, desarrolla la preexistente teoría de que las lenguas romances tienen su origen en la ‘corruptio linguae’, es decir, que empiezan a desarrollarse a partir de la corrupción o evolución del latín.

Y es en un diario de viajes, documento que se conserva en el Archivo Catedralicio de Granada, en el que narra la peregrinación que varios religiosos realizaron a Santiago de Compostela en el año 1612, donde aparece también la mención de la lengua leonesa. Se trata precisamente del relato referido al paso de los peregrinos, en su viaje de vuelta, desde Santiago hacia tierras andaluzas, por la leonesa localidad de Villafranca del Bierzo. El texto de Aldrete dice textualmente:

“... El lugar es mui grande i tiene otros conventos de monjas i frailes i muchas iglesias i ermitas, i gente rica, todos se sirven de cántaros de cobre i no vi que llevassen otros las moças que van por agua. Los más políticos hablan bien el castellano, pero los no tanto i mugeres el leonés, que tira al gallego; verdad es que la vezindad i los muchos que passan de Galizia son la causa desto. ...”

El párrafo anterior demuestra pues, además de la existencia de la lengua leonesa, la perfecta distinción entre los tres romances: el autóctono (leonés) ya que la alusión a su conservación por parte de las mujeres retrata perfectamente su carácter propio; el impuesto por el estado (castellano) por la mención hecha a la educación de quienes lo emplean y el de la región vecina (gallego) que Bernardo de Aldrete venía de escuchar abundantemente desde su entrada en Galicia por Sanabria hasta su llegada a Santiago y regreso.

Ninguno de los filólogos anteriormente nombrados habló de un inexistente idioma “asturleonés”, término que parece haber sido acuñado por Leite de Vasconcelos (1858-1941) en sus estudios sobre el mirandés, al que englobó dentro del cuadro de los dialectos portugueses, si bien llamándolo “co-dialecto” y diciendo que “o mirandés establece transiçao do portugués e gallego para o asturiano-leonés” (Philol. Mirandesa, II), sin embargo, hoy día nadie duda y los estudiosos mirandeses así lo atestiguan, de que el mirandés forma parte del "leonés occidental".

Tanto el sueco Ake Wilhelmsson Munthe (1859-1933) como Menéndez Pidal hablaban indistintamente de leonés y de asturiano pero nunca unen ambos nombres en uno solo. Incluso Menéndez Pidal dice en su obra ya citada “El Dialecto Leonés”: “El asturiano puede pasar, en su conjunto, por el resto mejor conservado del antiguo leonés”, con lo que deja bien clara la filiación de la citada variante lingüística.

Como tiene que haber opiniones de todo tipo, recientemente leí una propuesta de llamar a la lengua ‘asturianoleonés’ con el peregrino argumento de invocar el “respeto al territorio en que más se habla”, que no resiste el mínimo análisis por las siguientes razones:

  • Todas las lenguas del mundo reciben su nombre del territorio en el que se originaron, en el caso que nos ocupa el Reino de León.
  • El número real de hablantes en todo el dominio lingüístico es muy discutible.
  • Modificar el nombre de cualquier lengua en función del territorio actual en que más se habla conduciría a que el español tuviera que llamarse hispanoamericano; el inglés, norteamericano y el portugués, brasileiro, estando además dispuestos a irlos modificando “sobre la marcha” según variase la población.
No hay ningún problema para que los asturianos llamen a su variante “asturiano”, los mirandeses a la suya “mirandés” y los leoneses, además de los nombres comarcales que tenemos, llamemos a la lengua en que se escribieron la mayoría de nuestras leyes, como llevamos tiempo haciéndolo, “leonés”. Pretender cambiarle el nombre es una imposición que, además, tergiversa la historia, no sólo de León sino también de la actual Asturias ya que, no lo olvidemos, cuando el romance leonés vio la luz y fue escalando puestos hasta llegar a lo más alto de la administración, el reino de León llegaba hasta el mar Cantábrico porque Asturias, como tal territorio diferenciado, no existía.

La lengua leonesa, con sus respectivas variantes, se extendió de norte a sur por todo el territorio que va desde el Cantábrico hasta el norte de la provincia de Huelva donde, hoy día, los pueblos que apellidan ‘de León’ son prueba indeleble de su pasada pertenencia. Sin embargo, en la actualidad, aunque seguimos conservando una gran cantidad no solo de vocabulario sino también de frases hechas y giros leoneses, nuestra lengua ha retrocedido en su utilización quedando, además, abocada a los entornos familiares. Falta de promoción y enseñanza en las escuelas, su situación de conservación, aunque no desesperada, es bastante mala al tener serias dificultades para que se produzca el necesario relevo generacional.

Y llegamos, por fin, al punto en que comenzamos: Llingua Llïonesa, una llingua esqueicía y amenorgada. La situación actual de diglosia por un lado y de ignorancia y pasividad por otro impiden que la lengua leonesa tenga el reconocimiento que se merece, propiciando que vaya cayendo en el olvido (esqueicimientu), al mismo tiempo que la consideración, totalmente errónea, de que se trata, bien un dialecto del castellano, bien una forma paleta e ignorante de hablar, propicia su minorización (amenorgamientu).

En este punto no podemos dejar de preguntarnos si la situación actual de la lengua leonesa sería la misma si el País Leonés tuviera su propio autogobierno que, inexplicablemente, le ha sido negado a pesar de tener el mismo derecho que el resto de pueblos de España, según establece la Constitución Española de 1978. Es muy triste ver cómo la política se inmiscuye, para mal, en el terreno de la cultura, destrozando todo lo que encuentra a su paso, sobre todo si pensamos que la pérdida de cualquier lengua es una desgracia no solo para la cultura implicada sino para la cultura universal.

Pero quizá la mejor forma de ir terminando este pequeño trabajo sobre la lengua leonesa sea copiar el prólogo que hace 23 años, allá por 1990, escribiera Juan Pedro Aparicio (por el Grupo de Estudios Gumersindo de Azcarate), para la reedición de “El Dialecto Leonés” de Ramón Menéndez Pidal:


“A MODO DE PRESENTACIÓN

En 1906, en la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, vio la luz por vez primera este trabajo de don Ramón Menéndez Pidal.

Alguien ha dicho que si Dios creó a los seres vivos, fue Carlos Linneo el encargado de darles nombre. Por eso este libro, sobre todo su título parece obra divina, fruto de un milagro. Y más, hoy, cuando las novísimas Comunidades Autónomas de La Rioja y de Cantabria se sientan a la mesa de las nacionalidades y regiones españolas, sin que a León se le haya asignado no una silla, ni siquiera el más diminuto taburete.

Dialecto leonés dice Don Ramón, Bable, dijo Jovellanos, aludiendo a la Babel dialectal de los transmontanos, con vocablo que hizo fortuna. Luego, perspectivas de rigor científico debidas a estudiosos de allende los Pirineos pusieron orden en nuestra tradicional desidia. “El leonés” (“Das Leonesische”) es el título que da el sabio alemán M. Gessner a su libro publicado en Berlín en fecha tan temprana como 1865.

¿Sería posible tal cosa hoy? Ciertos radicalismos autonómicos transmontanos han proscrito esa voz. Y también la de bable, por entenderlas menoscabadoras. Esta circunstancia puede hacer polémica o, cuando menos inoportuna (más, cuando lengua y autonomía tienden a ir cogidas de la mano) la recuperación de este trabajo de don Ramón, un clásico ya, en palabras de Alonso Zamora Vicente.

Pero ¿cabe vocablo más apropiado que el de leonés para denominar al romance hablado por los astures? Nada sabemos de su lengua primitiva, apenas el nombre de alguna de sus divinidades. La acción de Roma, tan eficaz como inmisericorde a lo largo de más de cuatrocientos años, extendió el latín del Cantábrico al Duero, por toda la Asturia primitiva cuya capital era Lancia; y su dominio quedó plasmado en el nombre del reino medieval que surgiría más tarde, León, en metamorfosis rendida a la memoria fascinada de la fiereza del viejo campamento militar, sede de la amurallada Legio VII.

Alonso Zamora Vicente ha trazado las varias fronteras del leonés según sus distintas particularidades. Las más amplias coinciden naturalmente con la mayor expansión territorial del Viejo Reino, llegando por Extremadura hasta Andalucía; pero la más reducida, el núcleo original, no es otro que la vieja frontera de la Asturia prerromana: del Navia al Sella, del Sella al Esla, del Esla al Duero, con penetración en Portugal, por Miranda do Douro, Rionor y Guadramil, y del Sil otra vez a Navia.

En leonés se escribieron el Libro de Alexandre y los fueros de Avilés, Zamora y Salamanca. En leonés redactaban los notarios sus documentos desde Carrión hasta Astorga, de Oviedo a Badajoz.

Bien, eso es lo que ha sido. Pero ¿qué virtualidad tiene hoy, con más de una academia y con asociaciones para su defensa? No parece éste el lugar pertinente para pronunciarse. Y por otra parte, ahí está, para quien quiera verla, la realidad social, de una evidencia abrumadora.”


Sólo me queda añadir que la conservación, el mantenimiento y la transmisión de cualquier lengua, en el caso que nos ocupa la lengua leonesa, es responsabilidad de todos los que la conocemos y amamos y por dicho motivo existen asociaciones de la lengua leonesa, algunas con varios años de existencia y otras más recientes.

La Asociación L’Alderique pal estudiu y desendolque la Llingua Llïonesa a la que pertenezco, es una asociación joven que, sin embargo, ha sido la primera en recopilar una gramática leonesa y publicarla, a través de internet (www.lengualeonesa.es), con acceso gratuito, poniéndola así a disposición de todo el mundo, independientemente del lugar geográfico en que se encuentre, a fin de que todos los interesados puedan acercarse a esta vieja y hermosa lengua. Si con este artículo he conseguido que Uds. se interesen, siquiera sea por curiosidad, por “el llïonés”, este trabajo habrá merecido la pena.


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Bibliografía
  • El Dialecto Leonés de Ramón Menéndez Pidal – Breviarios de la Calle del Pez – Excma. Diputación Provincial de León (1990) – I.S.B.N. 84-87081-26-6
  • El Dialecto Leonés de Ramón Menéndez Pidal – El Mundo–La Crónica de León (2004) – I.S.B.N. 978-84-933618-1-5
  • El Dialecto Leonés “Edición Conmemorativa en Facsímil 1906-2006” de Ramón Menéndez Pidal – El Búho Viajero (2006) – I.S.B.N. 978-84-933781-6-5
  • Orígenes de las Lenguas Romances en el Reino de León, Siglos IX-XII – Colección Fuentes y Estudios de Historia Leonesa – Caja España de Inversiones y Archivo Histórico Diocesano de León (2004) – I.S.B.N. 84-87667-64-3 (Obra completa), I.S.B.N. 84-87667-65-1 (Tomo I), I.S.B.N. 84-87667-66-X (Tomo II)
  • Facsímiles sobre los Orígenes del Romance en el Reino de León. Comité Científico presidido por José María Fernández Catón – Fundación Monteleón (Obra Social de Caja España de Inversiones) – I.S.B.N. Colección “Fuentes y Estudios de Historia Leonesa” 84-87667-59-7 e I.S.B.N. Testimonio Compañía Editorial 84-95767-39-2
  • Diccionario de las Hablas Leonesas (León, Salamanca, Zamora) de Eugenio Miguélez Rodríguez (1993) – I.S.B.N. 84-604-4726-X
  • Vocabulario de Palacios del Sil de Roberto González-Quevedo González – Academia de la Llingua Asturiana, Preseos número 8 (2002) – I.S.B.N. 978-84-8168-316-5
  • El Habla de Babia y Laciana de Guzmán Álvarez – Ediciones Leonesas, S.A. (1985) – I.S.B.N. 84-86013-22-4
  • El Habla de Toreno de Francisco González González – Edición del autor, revisada y ampliada (2013) – I.S.B.N. 978-84-616-3550-4
  • El Dialecto Vulgar Leonés hablado en Maragatería y Tierra de Astorga de Santiago Alonso Garrote – Editorial Maxtor (2011) – I.S.B.N. 978-84-9761-987-5
  • El Anhueite de Chan de José Álvarez “Caruso” y Jesús Rodríguez Díez – Edición de los autores (2012) - Depósito Legal LE-744-2012
  • Diccionario de Leonés en el Alto Boeza y zonas limítrofes de José Álvarez González – Edición del autor (2010) – Registro M-007854/2009 – Depósito Legal M-46189-2009
  • El Habla de Prioro de Ramón Gutiérrez Álvarez – Organismos Oficiales (2004) – I.S.B.N. 978-84-609-1347-4
  • El Habla tradicional de la Omaña Baja (León) de Margarita Álvarez Rodríguez – Ediciones del Lobo Sapiens (2010) – I.S.B.N. 978-84-92438-36-5
  • El Habla de La Cepeda (León): léxico de Ana María de la Fuente García – Universidad de León (2001) – I.S.B.N. 978-84-7719-888-8
  • Vocabulario de La Baña de Jonatán Rodríguez Bayo – Academia de la Llingua Asturiana, Preseos número 10 (2007) – I.S.B.N. 978-84-8168-427-8
  • Estudio sobre el Habla de la Ribera (Comarca salmantina ribereña del Duero) de Antonio Llorente Maldonado de Guevara – Colección Estudios Filológicos – I.S.B.N. 978-84-7481-920-5
  • Diccionario de la variante leonesa de Las Arribes de Fernando Sánchez (Salamanca) – Mikroglottika Yearbook 2008. Minority Language Studies.
  • La elaboración de una norma lingüística en pequeñas comunidades dialectalmente divididas: el caso del leonés y del frisio del norte de Raúl Sánchez Prieto (Salamanca) – Mikroglottika Yearbook 2008. Minority Language Studies.
  • Linguistica contrastiva italiano-leonese: vocalismo de Abel Pardo Fernández (Barcelona) - – Mikroglottika Yearbook 2008. Minority Language Studies.
  • Diario de un viaje a Santiago hacia 1612 de Bernardo de Aldrete – Argutorio Revista Cultural – Año XI número 21, Astorga II semestre 2008
  • Diego Catalán: Historia de la Lengua Española de Ramón Menéndez Pidal (2005)
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Alicia Valmaseda Merino, Tesorera de la “Asociación L’Alderique pal estudiu y desendolque la Llingua Llïonesa” (Asociación El Debate para el estudio y desarrollo de la Lengua Leonesa)

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Empregrando una pallabra llionesa imposible de traducire en tolos sous sinificaos: prestosu artículu, Alicia. N'horabona!

Anónimo dijo...

L'artículu sospréndeme gratamente. N'especial la parte na que citas a Bernardo de Aldrete y el sou comentariu sobru'l falar de las xentes. Afinca un puntu importante de partida nu que se refier a los nomes yá que dica guei hai seutores que consideran que lu de "leonés" ye un convecionalismu propiu del sieglu XIX y escomienzos del XX especialmente de manu de Pidal. Y onque yá había autores previos a Pidal décadas antes, que seya daquién tan atrás yía bonu.


Norabona Alicia y alante cuna llínia.

Pregón del I Encuentro de Cultura Tradicional "Valle de Gordón"

La Pola de Gordón, 14 de mayo de 2022 Buenas tardes: Es para mí un gran honor pregonar este I Encuentro de Cultura Tradicional “Valle de...