Cuéntame una hestoria, guela

- Siglos ha que con gran saña,
por esa negra montaña
asomó un emperador.
Era francés y el vestido
formaba un hermoso juego:
la capa de color de fuego
y plumas de azul color.

- ¿Y qué quería?
- ¡La corona de León!.

Bernardo, el del Carpio, un día
con la gente que traía,
"¡Ven por ella!", le gritó.

De entonces suena en los valles
y dicen los montañeses:
- ¡Mala la hubisteis, franceses,
en esa de Roncesvalles!

- ¿Se acabó la historia, abuela?

- Allí, con fiera arrogancia,
los Doce Pares de Francia,
también estaban, también.
Eran altos como cedros,
valientes como leones,
cabalgaban en bridones,
águilas en el correr.

- Sigue contando.

- Salió el mozo leonés,
Bernardo salió, y luchando
a todos los fue matando,
y hubiera matado a cien.

De entonces suena en los valles
y dicen los montañeses:
- ¡Mala la hubisteis, franceses,
en esa de Roncesvalles!

- Me place la historia, abuela.

- Con qué ejército, Dios mío,
de tan grande poderío
llegó Carlo Magno acá.
¡Cuántos soldados! No tiene
más gotas un arroyuelo,
ni más estrellas el cielo,
ni más arenas la mar.

- ¿Y qué, triunfaron?

- Dios no les quiso ayudar
El alma les arrancaron
a sus pies los derribaron
como al roble el huracán.

De entonces suena en los valles
y dicen los montañeses:
- ¡Mala la hubisteis, franceses,
en esa de Roncesvalles!

- Sigue con la historia, abuela.

- Diz que dice un viejo archivo
que no quedó un francés vivo
después de la horrenda liz.
Y así debió ser, pues vieron
el sol de los horizontes
muchos huesos en los montes
y muchos buitres venir.

¡Qué gran batalla!
No fue menos el botín:
banderas, cotas de malla
y riquezas y vituallas
se recogieron sin fin.

De entonces suena en los valles
y dicen los montañeses:
- ¡Mala la hubisteis, franceses,
en esa de Roncesvalles!.

- ¿Y el emperador, abuela?

- Huyó sin un hombre luego,
la capa color de fuego
rota y sin plumaje azul.

Bernardo, el del Carpio,
torna a León tras de la guerra
y al poner el pie en su tierra
le aclama la multitud.

¡Qué de alegrías!
En verlas gozarás tú.
- Hubo fiesta muchos días,
tamboriles, chirimías,
y canciones a Jesús.

De entonces suena en los valles
y dicen los montañeses:
- ¡Mala la hubisteis, franceses,
en esa de Roncesvalles.

Cuéntame una historia, abuela

- Siglos ha que con gran saña,
por esa negra montaña
asomó un emperador.
Era francés y el vestido
formaba un hermoso juego:
la capa de color de fuego
y plumas de azul color.

- ¿Y qué quería?
- ¡La corona de León!.

Bernardo, el del Carpio, un día
con la gente que traía,
"¡Ven por ella!", le gritó.

De entonces suena en los valles
y dicen los montañeses:
- ¡Mala la hubisteis, franceses,
en esa de Roncesvalles!

- ¿Se acabó la historia, abuela?

- Allí, con fiera arrogancia,
los Doce Pares de Francia,
también estaban, también.
Eran altos como cedros,
valientes como leones,
cabalgaban en bridones,
águilas en el correr.

- Sigue contando.

- Salió el mozo leonés,
Bernardo salió, y luchando
a todos los fue matando,
y hubiera matado a cien.

De entonces suena en los valles
y dicen los montañeses:
- ¡Mala la hubisteis, franceses,
en esa de Roncesvalles!

- Me place la historia, abuela.

- Con qué ejército, Dios mío,
de tan grande poderío
llegó Carlo Magno acá.
¡Cuántos soldados! No tiene
más gotas un arroyuelo,
ni más estrellas el cielo,
ni más arenas la mar.

- ¿Y qué, triunfaron?

- Dios no les quiso ayudar
El alma les arrancaron
a sus pies los derribaron
como al roble el huracán.

De entonces suena en los valles
y dicen los montañeses:
- ¡Mala la hubisteis, franceses,
en esa de Roncesvalles!

- Sigue con la historia, abuela.

- Diz que dice un viejo archivo
que no quedó un francés vivo
después de la horrenda liz.
Y así debió ser, pues vieron
el sol de los horizontes
muchos huesos en los montes
y muchos buitres venir.

¡Qué gran batalla!
No fue menos el botín:
banderas, cotas de malla
y riquezas y vituallas
se recogieron sin fin.

De entonces suena en los valles
y dicen los montañeses:
- ¡Mala la hubisteis, franceses,
en esa de Roncesvalles!.

- ¿Y el emperador, abuela?

- Huyó sin un hombre luego,
la capa color de fuego
rota y sin plumaje azul.

Bernardo, el del Carpio,
torna a León tras de la guerra
y al poner el pie en su tierra
le aclama la multitud.

¡Qué de alegrías!
En verlas gozarás tú.
- Hubo fiesta muchos días,
tamboriles, chirimías,
y canciones a Jesús.

De entonces suena en los valles
y dicen los montañeses:
- ¡Mala la hubisteis, franceses,
en esa de Roncesvalles.

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